Javier Cilleruelo, el hombre que escuchaba la
música de los números
ANTONIO CÓRDOBA
20/05/2016
Francisco
Javier Cilleruelo Mateo (1961-2016) falleció el pasado 15 de mayo en Madrid,
después de un año largo de lucha contra las agresiones de un tumor especialmente
maligno. Deja una esposa, tres hijos y numerosos
amigos en la comunidad matemática internacional, también en Madrid y en Aranda
de Duero, donde estaban sus raíces y residen muchos de sus familiares.
Javier
tuvo una vida relativamente corta para estos tiempos que corren, pero creo que
fue una vida buena y fructífera. Su actividad profesional
giró en torno a la Universidad Autónoma de Madrid y al Instituto de Ciencias
Matemáticas (ICMAT), que
fueron las bases desde las que supo mantener una brillante proyección
internacional. La mayoría de los matemáticos tenemos, en mayor o menor grado,
una cierta "intuición geométrica", que nos permite ver espacialmente
el encaje de ideas que llevan a la solución de un problema. Son rara avis quienes desarrollan esa otra
intuición "aritmética", que ayuda a entresacar las recurrencias, las
regularidades o las cancelaciones ocultas que hay en interesantes series
numéricas, a partir de las cuales poder obtener leyes universales.
Ejemplos
históricos notables de intuición aritmética fueron Euler, Erdös y Ramanujan,
estando este último ahora de moda por el estreno de la película El hombre
que conocía el infinito, basada en su fascinante biografía. Pues bien, Javier pertenecía por
derecho propio a esa estirpe. Quienes le tratamos con asiduidad echaremos de
menos, sobre todo, su amistad, pero también las conversaciones en torno a un
café en las que sus ojos brillaban contándonos la nueva observación sobre los
números que acababa de hacer y que le llenaba de tanta alegría. Sirva de ejemplo ese bello y
sorprendente resultado de sus últimos meses (ya sumido en la lucha contra la
enfermedad) por el cual demostró que "todo entero positivo es la suma de
tres números capicúas".
Con todas
las salvedades pertinentes y las muchas intersecciones entre ellas, hay dos
tipos de matemática: la discreta y la continua. A Javier le interesaba sobre
todo la primera, de manera que sus numerosas publicaciones se distribuyen
mayormente entre la teoría aditiva de números, la teoría de grafos y la aritmética
combinatoria. Ahí llegó a ser autoridad mundial con sus estimaciones
sobre puntos reticulares en arcos de curvas o sobre el llamado problema de
Sidón, que
trata de las sucesiones de números en las que son siempre distintas las sumas
de dos cualquiera de ellos.
Dado un
entero positivo n, ¿de cuántas maneras podemos escribirlo como suma
de dos cuadrados? La sucesión es bastante irregular, y algunos números, como es
el caso de 5 = 1^2+2^2, pueden ser así representados pero que otros, como el 3,
no pueden serlo. Si en un papel cuadriculado señalamos los puntos de
coordenadas enteras como vértices de la cuadrícula, la pregunta anterior tiene
una sencilla interpretación geométrica: se trata de saber cuántos puntos de la
cuadrícula caen, exactamente, en la circunferencia centrada en el origen y de
radio la raíz cuadrada den. Pues bien, contar esos puntos y descifrar su
distribución en arcos de la circunferencia es un problema que fascinó a Javier
y donde obtuvo los mejores resultados hasta ahora conocidos. Y aunque pueda
parecer una pregunta un tanto pintoresca, resulta que desempeña un papel
importante para entender ciertos modelos de la mecánica estadística y del
llamado caos cuántico. Por lo que no es de extrañar que en
instituciones como la Universidad de Princeton y el Institute for Advanced
Study se hayan dado seminarios sobre el teorema de Javier y se hayan intentado mejorar
algunas de sus estimaciones.
En torno
a ese problema, y a sus extensiones a potencias mayores, Ramanujan creó en
colaboración con Hardy un método novedoso, llamado del círculo, que de una
manera precisa sustituye el contar números por contar ondas, o paquetes de
ondas, y que en parte es responsable de hacer más asequibles estos problemas
tan atractivos. El otro personaje que hemos mencionado, Paul
Erdös (que carece por ahora de película pero sí tiene una novela, El hombre
que amaba los Números) era uno de los héroes matemáticos de Javier. Se trataba también de un
carácter muy notable que viajaba de campus en campus alojándose en casa de sus
múltiples colaboradores. Su nombre se asocia a numerosos problemas y
conjeturas, una de las cuales resolvió Javier, lo que supuso uno de sus mejores
resultados. Es una cuestión sobre la densidad aritmética de una sucesión de
números que satisfaga el axioma de Sidón, un problema relevante en algo tan
alejado de estos temas como es el diseño de antenas inteligentes.
Aparte de
su gran talento matemático, Javier poseía el don para la música y no sólo
tocaba bien la guitarra, sino que era capaz de reconstruir en un periquete una
partitura a partir de escuchar su interpretación. Es tradicional en estas
circunstancias que quien escribe ponga de manifiesto los encuentros y las
anécdotas comunes. En mi caso son tantas y quizás tan conocidas por los
compañeros que sería ocioso y muy largo enumerarlas. Tan solo decir que me
siento orgulloso de haber dirigido su tesis doctoral y colaborado en artículos,
libros y proyectos de investigación. Su pérdida entristece el paisaje de las
matemáticas españolas, pero su semilla, a través de sus muchas publicaciones y
de sus alumnos de doctorado, lo hará florecer durante mucho tiempo.
Javier Cilleruelo, matemático, nació en Soria el 3
de diciembre de 1961 y murió en Madrid el 15 de mayo de 2016.
Antonio Córdoba es director del Instituto de
Ciencias Matemáticas (ICMAT).
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